Origen del término
Durante las décadas de 1950 y 1960, Ancel Keys comenzó un estudio de varios países desarrollados para conocer la relación de la dieta con la incidencia de enfermedad coronaria y la mortalidad por esta causa, y en el que también eran miembros activos del equipo investigador los Profesores Anderson y Grande-Covián. Parte de este trabajo conocido como “El estudio de los siete países” incluía 12.763 varones de 40 a 59 años en dieciséis grupos de personas de Yugoslavia, Italia, Grecia, Holanda, EE.UU, y Japón, que fueron seguidos durante 10 años.
La información de este enorme trabajo ha servido para establecer la hipótesis “dieta-corazón” y llamar la atención sobre los efectos beneficiosos sobre la dieta mediterránea.
En el momento en el que se realizó este trabajo, todavía no se había acuñado el concepto de factor de riesgo cardiovascular y se cuestionaba la influencia de la grasa saturada y el colesterol de la dieta en el colesterol plasmático y la relación de éste con la enfermedad coronaria. Estas observaciones durante un periodo de treinta años, revelaron las diferencias en la incidencia de enfermedad coronaria entre diferentes países y cómo los habitantes de la cuenca mediterránea y especialmente los de Creta disfrutaban de una considerable longevidad, y una baja incidencia de cardiopatía isquémica a pesar de realizar una dieta muy rica en grasa mono insaturada (aceite de oliva como fuente principal). Los cretenses tenían además concentraciones séricas más bajas de colesterol que los habitantes de Finlandia o de EE.UU que padecían enfermedades coronarias con mucha más frecuencia, y todo ello a pesar de las grandes diferencias existentes entonces en condiciones higiénico-sanitarias.
A partir de estos hallazgos Keys propone la “dieta-corazón”, según la cual, los hábitos alimentarios de las diferentes poblaciones, especialmente el consumo de grasa saturada, aumenta los niveles de colesterol, el desarrollo de arterioesclerosis y la mortalidad por enfermedad coronaria.
Entonces no se apreció la posibilidad de que la dieta mediterránea tuviera un efecto más allá de su capacidad para disminuir los niveles de colesterol, ni la posibilidad de que hubiera factores adicionales que, actuando sinérgicamente, ofrecieran una protección adicional para el desarrollo de enfermedad coronaria y la prevención de algunos tipos de cáncer.
Posteriormente, comenzó a valorarse la diferencia de mortalidad por infarto de miocardio entre poblaciones con valores de colesterol similares, como era el caso de Madrid, cuyo índice de mortalidad de por infarto de miocardio, era ya un 54% más bajo que el de Minnesota, a pesar de que los valores de colesterol plasmático, eran similares. Estas observaciones, hicieron considerar en la década de 1990, que otros factores ambientales, como algunos componentes de la dieta, independientes de la grasa y del colesterol, podían tener un papel importante en la cardiopatía isquémica y en el desarrollo de otras enfermedades.
En 1975, Keys publicó el libro “How to eat well and stay well: The mediterranean way”, a partir del cual se utiliza el término “dieta mediterránea” de forma vaga para referirse a una dieta caracterizada por el bajo consumo de carne y grasas animales que son reemplazados por los cereales y el aceite de oliva, así como un propio estilo de vida mediterráneo asociado, basado en vida activa, socialización durante las comidas, etc.
En nuestro país son muchas las personas a las que desde el punto de vista histórico se les debe reconocer su impulso y apoyo a la investigación sobre la dieta mediterránea, así como a dar a conocer el propio concepto. Y ahí aparecen los nombres de los Profesores Francisco Grande Covián y Gregorio Varela Mosquera, o más recientemente los de los Profesores Mataix Verdú y Serra Majem, entre otros.